La asquerosa cara de la guerra

En la guerra no hay ganadores, todos somos perdedores. Es el pueblo el que pone las víctimas, las muertes, las lágrimas, el hambre, la desesperanza, el dolor. La guerra ha sido narrada en tintas de diferentes colores, muchos de ellos. Se ha elogiado desde el heroísmo del vencedor y se ha sufrido desde la angustia desgarradora del derrotado.

Muchas ópticas presentan los sucios e inmisericordes conflictos; sin embargo, una de las más bellas representaciones, la encontré en este poema bíblico, en el que se ven las dos caras de la moneda; ambos derrotados, ambos humanos, ambos con deseo de venganza, pero con la necesidad del otro. Unas lineas que se escribieron desde las lágrimas, en donde el único consuelo, casi inexistente, lo brinda el cautiverio.

“Junto a los ríos de Babilonia, nos sentamos y lloramos
al pensar en Jerusalén
Guardamos las arpas,
las colgamos en las ramas de los álamos.

Pues nuestros captores nos exigían que cantáramos;
los que nos atormentaban insistían en un himno de alegría:
«¡Cántennos una de esas canciones acerca de Jerusalén!».
¿Pero cómo podemos entonar las canciones del Señor
mientras estamos en una tierra pagana?

Si me olvido de ti, oh Jerusalén,
que mi mano derecha se olvide de cómo tocar el arpa.
Que la lengua se me pegue al paladar
si dejo de recordarte,
si no hago de Jerusalén mi mayor alegría.

Oh Señor, recuerda lo que hicieron los edomitas
el día en que los ejércitos de Babilonia tomaron a Jerusalén.
«¡Destrúyanla! —gritaron—.
¡Allánenla hasta reducirla a escombros!».

Oh Babilonia, serás destruida;
feliz será el que te haga pagar
por lo que nos has hecho.
¡Feliz será el que tome a tus bebés
y los estrelle contra las rocas!”
Salmo 137

Un texto que ha sido usado como arma en contra de la fe, pero que lejos de legitimar la barbarie, la denuncia. Es un lamento cruel de aquellos que están mordiendo el polvo de la tierra y tratando de calmar la sed con él, encontrando así como único alivio, el deseo del mal peor a sus verdugos.

Es que el relato siempre lo leímos desde esta trinchera, desde nuestro dolor y rabia; pero olvidamos por completo que al otro lado del río otros lloraron a sus muertos, y que nuestra propia esclavitud era hija de la que habíamos propiciado años atrás.

Porque la guerra tiene la macabra capacidad de hacer real la paradoja, convertirnos a nosotros mismos en nuestros victimarios. Por eso es que ella es el enemigo, no quien se ha dejado seducir con sus sucias y mentirosas palabras, disfrazadas de orgullo patrio, de honor por la tierra o por la etnia. No. La guerra llena de falacias y promesas sin cumplir a sus ingenuos seguidores y defensores.

El odio y la venganza son sus banderas de campaña. Légítimos, por supuesto. Nadie quiere que lo destierren, lo roben, le asesinen un ser querido, lo abusen sexualmente, lo deshereden, le expropien la paz, la alegría, las sonrisas, el canto. ¿Quién quiere cantar para alegrar a sus captores? Pues es que sólo se perdona lo imperdonable.

La Biblia está llena de guerras, de llantos, de lamentaciones, de historias de desesperanza. De victoriosos y vencidos, de desterrados, de esclavitud y de dolor. ¿Cómo no? No había de otra; sus relatos corresponden a épocas en las que no había alternativa. Pero cuando la hubo, esta sería el amor.

Por eso el Carpintero de Galilea caminó las tierras que se habían bañado de sangre propia y extranjera, allí sanó, trajo alivio, esperanza. Ridiculizó esa guerra con sus palabras, con su amor. Hizo lo propio, pero resultó extraño. Y aún resulta.

¿Qué es eso de amar a los enemigos?, ¿Qué es eso de poner la otra mejilla?, ¿De qué se trata aquello de orar por quienes nos maldicen?. No, su discurso no es sobre un cristianismo hippie; sino sobre una revolución, en donde la respuesta al mal debería ser el mal; pero entonces esa lógica es cambiada por el bien. Exactamente, responder mal con bien.

Con su vida, Jesús nos mostró que el verdadero enemigo es la guerra y no el hermano; que cuando caemos en su juego todos perdemos. Y sí hay un ganador, al fin de cuentas; ese ganador es el mundo, el sistema, aquel que vino para robar, matar y destruir, el diablo.

Ese diablo que se dibuja en nuestros más bajos sentimientos viscerales de rencor y odio, ese que en manos nuestras deja morir de hambre a cientos de miles, el mismo que nos mantiene tranquilos en la calidez de nuestro hogar, mientras desperdiciamos toneladas de comida en la basura a expensas de aquellos que padecen hambre. Porque hemos pecado. No solo yo, la comunidad, la humanidad, la iglesia. Todos hemos pecado y lo hacemos constantemente. Pecamos comunitariamente.

Por eso la solución es el amor. ¡Y vaya que suena a ridiculez!, pero que ha dejado el mayor ejemplo de todos, el de uno que fue hasta la muerte por su mensaje, por su palabra; pues él mismo era la palabra. Y entonces venció la guerra, nos advirtió sobre el peligro de acercarnos demasiado a sus fauces, nos enseñó que asesinar no solo era disparar un arma, sino que odiar, en nuestra cotidianidad, nos condenaba.

Por eso la ridiculez es entonces tomar el camino ancho, aquel que paga mal por mal, el que se basa en el ojo por ojo; pues al fin de cuentas es más fácil vengar que perdonar, es más lógico odiar que amar. Es entonces cuando el Evangelio se convierte en locura.

Es en este contexto en que Rivers of Babylon de Boney M, inspirada en nuestro salmo, es tan bella. Una mujer negra se apropia del dolor de quienes históricamente le propinaron dolor y desprecio a su raza. Una obra de arte que borra toda barrera y que desnuda al enemigo, haciéndonos entender que es a él a quien hay que combatir.

Con aprecio,

Pastor David Gaitan

You may also like...