La oración que no cambia las circunstancias
Muchas lineas se han dedicado para hablar de la oración. Casi que cada disidencia del cristianismo tiene una postura diferente sobre el poder de esta o su aplicabilidad. Incluso, muchos debates se suscitan en diferentes medios, llegando a desembocar en acaloradas discusiones sobre la pertinencia de orar de una u otra manera de acuerdo al mandato bíblico.
En Latinoamérica, la gran mayoría de creyentes cristianos no católicos, se concentran en iglesias de corte pentecostal, neo pentecostal y carismáticos. En dichos lugares, es común encontrar la creencia que la oración es una herramienta para lograr que Dios actúe a favor de quien eleva una plegaria, y así, él interviene aliviando las necesidades por las cuales se ora.
Incluso, un grupo más reducido de adeptos a estos movimientos, sostiene que haciendo ciertas declaraciones y decretos proféticos, arrebatarán a Satanás los derechos legales sobre situaciones particulares de los hijos de Dios; de esta manera, las bendiciones serán liberadas y los creyentes las recibirán, sin importar de qué naturaleza sean estas, desde sanidades, supresión de pobreza o dificultad económica, sabiduría, entre muchas otras; tan variadas como personas hay en sus congregaciones.
Así mismo, es frecuente ver que algunos entusiastas predicadores le ordenan a Dios que cambie sus situaciones desfavorables o las de sus adeptos, a través de la oración pública en diferentes escenarios eclesiásticos. Según sus palabras, al que cree todo le es posible; desde encontrar un nuevo trabajo a quien lo pide, hasta ayudar a un equipo de fútbol a coronarse campeón de una competencia.
Este tipo de expresiones religiosas son altamente criticadas por grupos ateos y agnósticos, quienes en son de burla lanzan preguntas retóricas al aire para desvirtuar el poder de la oración, incluso, la omnipotencia de un Dios, quien, de acuerdo a su razonamiento, al azar permite el hambre de cristianos en lugares recónditos del mundo, mientras ayuda al equipo de natación de una escuela secundaria en Estados Unidos a coronarse campeón de una copa estudiantil.
Ver futbolistas cristianos que dan gloria a Dios por sus triunfos deportivos gracias a su fe y devoción, se ha vuelto muy popular en redes sociales y escenarios públicos, pero siempre las preguntas alrededor de eso se apropian de personas que se cuestionan sobre qué métodos utiliza Dios para bendecir a un atleta cristiano para ser reconocido y fichado por un equipo europeo, pero a otro, también cristiano e igual de devoto, nó.
Por supuesto que respuestas siempre hay. Desde la posible falta de fe del menos favorecido, hasta el seguro pecado oculto que no le permite avanzar a un nuevo nivel. Sin embargo, lo seguro es que siempre hay oraciones que tienen respuesta afirmativa, como otras que no la tienen.
Al otro lado del espectro, se encuentran la mayoría de iglesias protestantes históricas, quienes no ven en la oración una oportunidad para mover la mano de Dios a mi favor, sino para, a través de ella, comprender y aceptar su voluntad.
Así, un Dios soberano, quien actúa de maneras que aunque no son comprensibles, siempre busca el bien para sus hijos, sea a través de la bendición o la prueba; permite las cosas o las provoca, y de esta manera, los seres humanos debemos aceptar esa providencia, pues misteriosos son los caminos del Señor.
Textos bíblicos en contexto o fuera de él han servido de soporte para una y otra postura. Desde la oración de los profetas Veterotestamentarios pidiendo fuego del cielo en contra de otros profetas falsos, hasta la oración de Jesús en el Getsemaní pidiendo al Padre que no se hiciera la voluntad del Hijo, sino la suya.
Sin embargo, muchas de las oraciones nacen como un grito de angustia desde el alma, de los momentos de mayor necesidad, e incluso tristeza. Desde aquella posición en la que nos ha dejado el mal. Ese mal que se expresó en una enfermedad, en falencias económicas, en medio de la rebeldía de un hijo o su evidente consumo de drogas, a través del desamor o la infidelidad, en los descontentos de la vida, etc. El mal.
En medio de este panorama, se buscan respuestas… ¿Qué es el mal? ¿Qué lo causó? ¿Qué hice para merecerlo? ¿En qué fallé?, muchas de las cuales se abordan desde la oración.
Pero Jesús al parecer no se concentra tanto en disertar sobre el mal del mundo, ni qué lo causó, ni porqué ha ocurrido, sino que más bien invierte su tiempo en reaccionar frente a él. Si hay algún enfermo, lo sana; si acaso se encuentra a un leproso, lo toca; si es que ve a un pecador, lo abraza, le ofrece perdón.
Por supuesto que estamos acostumbrados a leer estos pasajes desde nuestros ojos místicos literales y eso nos ha distraído de ver el milagro detrás del milagro. Hay una frase que en días pasados se popularizó en internet, esta manifestaba que el regalo siempre, siempre, son las manos que lo entregan.
Así que Dios bien puede hacer milagros, y muchos dan testimonio de estos, pero cuando no, cuando la oración no cambia la circunstancia, es posible que su objeto no sea ese, sino cambiarnos a nosotros mismos. A ser más como Jesús.
Es muy difícil asumir una actitud compasiva en medio de un mundo malvado e indiferente, pero quizás esa sea la verdadera oración. Que nosotros seamos oración. Que la iglesia de Cristo, asumiendo con responsabilidad la metáfora que el Apóstol Pablo le adjudicó, sea cuerpo.
Un cuerpo con brazos para abrazar, manos para ayudar, hombros para consolar, corazón para amar y pies para ir a servir. Y nos convirtamos en esa oración al Padre que no solamente pide a Dios, sino que se arremanga para hacer su voluntad.
Una comunitaria, que invoca el reino de los cielos, que perdona las ofensas, que construye una familia para soportar toda tentación, para hacer afrenta al mal.
Esa oración que no pide alimentos para el hambriento, sino que da alimento, esa que no requiere por sanidad del enfermo, sino que visita y sana el alma, acompaña al cuerpo y llora con quien sufre. Orar en el nombre de Jesús es vivir como él y hacer lo que él hizo. La oración que nos cambia, y entonces, cambia las circunstancias.
Mientras tanto, mientras estamos aquí y somos humanos, deberíamos aprender a ser más compasivos con quienes desde su dolor elevan una oración. A veces hace falta quitarnos nuestra sabiduría teológica y entender que aunque muchos no crean en milagros, en medio de la desesperación, uno sea la única solución. A lo mejor Dios sí lo produzca. Tal vez no, pero en medio de las circunstancias adversas, la sola esperanza y contemplación sean todo el milagro que alguien precisa.
Con aprecio,
Pr. David A. Gaitan