Jesús fue un refugiado
Veo por la televisión las atroces imágenes de gentes aterrorizadas que buscan refugio, después de haberse jugado la vida cruzando el mar a bordo de pequeños barcos de papel. Detrás tienen la muerte que los espera con sus fauces abiertas una vez más. Delante se encuentran con vallas levantadas por gobiernos que supuran miedo al diferente, ordenando a sus lacayos que repelan con uñas y dientes la avalancha de los nadies. Y no puedo más que recordar a Jesús de Nazaret…
Un niño y su familia perseguidos a causa de un rumor. Un rey viejo y decrépito que siente peligrar su estatus. Un pueblo entero que paga con sangre las consecuencias. Como siempre ha sido, es y será. Los inocentes como moneda de cambio del sistema. Simples cobayas de un experimento asesino. La infamia convertida en legalidad. Huir como la única opción de supervivencia frente al acoso del Mal.
Aquel niño judío de hace dos mil años tuvo más suerte que los de hoy. Acogido en Egipto pudo salvarse de la ferocidad de Herodes, y rehacer su vida. Ahora le hubiera sido difícil, casi imposible. En algunas cosas la historia nos ha vuelto peores.
Ese recuerdo infantil debió dejar mella en el corazón del nazareno. Años más tarde, adulto ya y en su tierra de nuevo, no soportó ni por un momento el maltrato a los excluidos, a los perseguidos, a los parias, a los nadies. Indignado por la injusticia, no calló. Conocía de primera mano el dolor que produce la indiferencia de quienes deberían defenderte. Había sentido el miedo de tener que mirar siempre hacia atrás, sospechando hasta de una sombra. Y no se amilanó.
Como uno de los suyos que era, protegió con su vida a quienes eran amenazados de muerte; acogió con sus brazos a quienes eran arrojados al suplicio de la exclusión social; insufló valentía a quienes habían sido condenados al miedo a vivir; se enfrentó a los omnímodos poderes que acosaban a los más débiles; y, como no podía ser de otro modo, pagó cara su osadía.
Un hombre bueno, dirán algunos; Dios con nosotros, digo yo. Su ejemplo sigue vigente hoy, y debería hacernos ruborizar de vergüenza.
Por: Juan Ramón Junqueras