Dios con Nosotros
Eli, Eli, ¿lama sabactani? […] ¡Dios mío, Dios mío!, ¿por qué me has abandonado?
Jesús en la cruz experimenta lo que millones de personas a lo largo de cientos de miles de generaciones. Dios no intervino, porque no suele hacerlo.
Hay quienes aseguran que sí, que del cielo recibieron un milagro, hay quienes esperan con esperanza por uno, hay quienes oran, pactan dinero, hacen penitencia, promesas, e incluso autoflagelaciones para propiciarlos. Dios puede hacerlos, pero usualmente decide no intervenir.
Así, el Rey de los judíos sacrificado vive en primera persona el abandono de un Dios al que se le ha declarado toda la confianza. No es pecado el que comete Jesús al exclamar esta frase en el lugar de agonía, no es pecado que hoy se haga en medio de las dificultades más negras de la vida.
Una pregunta que gritó el que colgaba del madero y que no tuvo respuesta
Finalmente murió
El desenlace fue el esperado
El que se temía en el Getsemaní
Allí donde la oración tampoco tuvo respuesta afirmativa
“Si es posible, pasa de mí esta copa”
No fue posible.
Aunque no era el punto final, sí era angustiante, desesperanzador, desolador.
El hijo sufría
Y el Padre no intervino
Pero lo acompañó
Lo amó en silencio
Lo besó
Lloró
Sufrió con él
El abandono tiene cara de soledad en medio de la agonía. Jesús lo encarnó y el Dios hizo lo que suele, esperó.
Con aprecio,
Pr. David Gaitan