¿De qué nos salvó Jesús?
Recientemente leí un meme de internet que decía algo así como “Te amo tanto, que te voy a salvar de lo que te haré si no me amas. Atte, Dios”. Era una burla de un grupo de ateos en contra de las doctrinas del infierno y la sustitución de Cristo.
El tema de la salvación y vida eterna es recurrente en medio de iglesias y objeto de un sinnúmero de estudios bíblicos, los cuales en general están asociados a la vida después de la muerte, visiones escatológicas y figuras bíblicas como las calles de oro y mar de cristal.
En todo caso, me llama mucho la atención que Jesús definió la vida eterna de una manera muy poco convencional, “Y esta es la vida eterna: que te conozcan a ti, el único Dios verdadero, y a Jesucristo, a quien has enviado” Juan 17:3.
A sí que, bien vale la pena preguntarnos entonces, ¿De qué nos salvó Jesús?
- Nos salvó del pecado
El autor de la primera epístola de Juan nos da una interesante definición de pecado en el capítulo 3, versículo 4 “Todo aquel que comete pecado, infringe también la ley; pues el pecado es infracción de la ley”. Aquí claramente hace una referencia a la norma, al mandato.
Desde hace algún tiempo hemos hecho hincapié sobre la importancia de entender las Escrituras como el testimonio de Jesús (Juan 5:39). Es por eso que se hace imperativo saber qué dijo él sobre la ley.
“Maestro, ¿cuál es el gran mandamiento en la ley?
Jesús le dijo: Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, y con toda tu alma, y con toda tu mente. Este es el primero y grande mandamiento. Y el segundo es semejante: Amarás a tu prójimo como a ti mismo. De estos dos mandamientos depende toda la ley y los profetas”
Mateo 22:36-40
“Un mandamiento nuevo os doy: Que os améis unos a otros; como yo os he amado, que también os améis unos a otros. En esto conocerán todos que sois mis discípulos, si tuviereis amor los unos con los otros” Juan 13:34-35
Resulta interesante ver el fundamento de la ley que está estableciendo el Maestro de Galilea. Amar a Dios y amar al prójimo como base de la vida. Más adelante el autor de la primera epístola de Juan el el capítulo 4, versos 20 y 21, nos da una luz sobre en dónde podemos ver a Dios. ¡En el prójimo!
Así que pecado es el antónimo de amar a Dios y al prójimo. Tarea nada fácil, cuando es justamente de este último, de quien recibimos desilusiones, heridas, afrentas, etc. Jesús nos salvó de pecar, pues con su vida nos mostró el camino del perdón, del amor, de la humildad y de la reconciliación. Quien dice que ama a Dios y no ama a su prójimo es mentiroso.
Jesús nos salva entonces de vivir una vida llena de odio, rencor, venganza, de gastar nuestros días destruyendo la sociedad buscando el mal del que nos hizo mal. Si pagamos violencia con violencia, entonces habrá ganado la muerte.
En toda la carta de Pablo los Romanos, este hace una teología interesante sobre el significado de la ley del pecado y la ley de la gracia. Bien vale la pena revisar sus líneas sobre cómo en Jesús, podemos entender que hemos sido libres de la ley y ahora, por la vida del Maestro, tenemos vida.
2. Nos salvó de la muerte
Uno de los consensos teológicos más amplios es el significado de la palabra que se tradujo en la Biblia al español como ‘muerte’. Se trata de la palabra griega ‘apoginomai‘, la cual quiere decir; ‘estar separado de…’ , ‘alejado de…’
El ‘apóstol de los gentiles’ en el el libro de los Romanos en el capítulo 6, verso 23 dice, “Porque la paga del pecado es muerte, mas la dádiva de Dios es vida eterna en Cristo Jesús Señor nuestro”. Es interesante que el autor contrapone la consecuencia del pecado como un pago, al regalo inmerecido de la vida.
Jesús vino a reconciliarnos con el Padre (Juan 14:6) y nos muestra su figura de maneras que antes no se habían siquiera considerado. La Parábola del Hijo Pródigo (Lucas 15:11) es sin dudas un relato maravilloso que refleja un carácter del Padre que no se conocía, que va en contravía del concepto que se tenía de Dios.
Al Jesús salvarnos de la separación de Dios, nos reconcilió con el amor, la paz, la misericordia, la gracia, la esperanza. Esto trae consigo entonces vida en abundancia. Sí, Dios quiere que vivamos su vida, no que estemos “muertos en vida”. Esto tiene mucho que ver con el siguiente punto.
3. Nos salvó de tener una imagen incorrecta de Dios
“A Dios nadie le vio jamás; el unigénito Hijo, que está en el seno del Padre, él le ha dado a conocer” Juan 1:18
Esta declaración es absolutamente revolucionaria. Tiene intrínseco en sus lineas dos acciones, ‘ver’ y ‘conocer’. Es el autor del evangelio resalta el hecho que a pesar que se cree conocer a Dios, realmente quien lo puede revelar es Jesús. Es como si se hubiesen tenido imágenes distorsionadas del Padre, pero nadie le había visto. Es progresivo; primero ver y luego conocer.
Para esto permítame ilustrar, por favor, con un par de ejemplos.
David. Uno de los referentes más grandes de Israel, es este rey ‘adorador’. Resulta inquietante descubrir que una de las características que tenía el pueblo sobre Dios en más alta estima, es el de guerrero. El niño que venció al Goliat, era la encarnación de un rey de guerra cuando la nación lo necesitaba.
Este hecho hizo que los judíos esperaran en su Mesías dicha característica. Ellos esperaron un Cristo de guerra que los librara por vía violenta, o de las armas, del yugo del imperio. Sin embargo, no fue así, Jesús trajo el mensaje del amor y de ‘la otra mejilla’.
Una de las más grandes frustraciones del rey David fue el hecho de no poder construir templo para Dios. Y era muy importante porque descubrió que lo esencial era estar conectado de alguna manera en una relación con su Señor. Sin embargo, la razón por la cual Dios no le permitió hacerlo, revela algo del verdadero carácter del Padre que luego sería confirmado en Jesucristo.
“Llamó entonces David a Salomón su hijo, y le mandó que edificase casa al Señor Dios de Israel. Y dijo David a Salomón: Hijo mío, en mi corazón tuve el edificar templo al nombre del Señor mi Dios. Mas vino a mí palabra del Señor, diciendo: Tú has derramado mucha sangre, y has hecho grandes guerras; no edificarás casa a mi nombre, porque has derramado mucha sangre en la tierra delante de mí” 1 Crónicas 22:6-8
Cuando seguimos viendo a Dios como un auspiciador de guerras que traen muerte, o a un derramador sediento de sangre, nos vendría bien revisar una y otra vez la vida de Jesús, su ejemplo y palabras; quien vez tras vez nos revelará el verdadero carácter del Padre. Muy a pesar que hoy día se sigue enseñando en varios templos cristianos el carácter (y lenguaje) guerrerista de Dios, presentado principalmente en el Antiguo Testamento.
El Siervo inútil. La Parábola de los talentos presentada en Mateo 25:14; es otro claro ejemplo de lo malsano que puede resultar vivir con una imagen incorrecta de Dios. En este caso, del Señor.
Los versículos 24 y 25 lo ilustran de una manera clara. “Pero llegando también el que había recibido un talento, dijo: Señor, te conocía que eres hombre duro, que siegas donde no sembraste y recoges donde no esparciste; por lo cual tuve miedo, y fui y escondí tu talento en la tierra; aquí tienes lo que es tuyo”.
¡Pero qué clase de imagen tenía este siervo!, ¿Cómo se le ocurría decir semejante cosa si el Señor le había entregado un talento a él?. Quiero decir, su experiencia le había mostrado que el Señor del relato no le iba a pedir sobre algo que no le hubiera facilitado antes, pero su pre- conocimiento (dogma, estructura mental, teología, etc) le decía lo contrario.
Así sucede cuando el cristiano vive con la imagen incorrecta de Dios, cuando, a pesar que confiesa que Jesús es el camino al Padre, no se atreve a ver con los ojos del Mesías, sobre pone las palabras de otros autores a las mismas del Maestro de Galilea en su lectura Bíblica. ¡Jesús vino a salvarnos de esto!
Jesús nos salvó de justificar la violencia, la esclavitud, el odio, la xenofobia, la guerra, la muerte, el rechazo desde la Biblia; mostrando una imagen incorrecta de Dios, que no se compadece de lo escrito en el Evangelio.
4. Nos salvó de no tener una esperanza
Y por supuesto, creemos por fe que aunque nuestra vida en esta tierra termine, el mejor lugar al que podemos aspirar llegar, es a los brazos del Padre. Colosenses 1: 27; 1 Corintios 15
Con aprecio,
Pr. David Gaitan