El nombre de Jesús no es un ‘talismán’
Usar la frase “en el nombre de Jesús”, se ha convertido en una muletilla evangélica que no puede ignorarse en ninguna oración, declaración, decreto, predicación, evento, sermón, etc. Durante muchos años, se ha creído que esta frase tiene cierta carga mística o poderosa en el mundo espiritual, y su desuso puede provocar que las oraciones no sean efectivas, o sencillamente ignoradas.
Esta creencia se ha construido desde textos bíblicos como el de Juan 14:13, en el que Jesús invita a sus oyentes a que las peticiones se hagan en su nombre para que sean respondidas. En esa línea, hay algunos cuantos: Juan 16:23-24, Juan 14:14, Juan 15:16, Juan 20:31, Colosenses 3:17, 1 Corintios 1:2, Mateo 7:22-23, Hechos 4:12, entre otros.
El asunto del nombre tiene una connotación muy compleja en el contexto judío. Este denotaba la identidad de la persona que lo portaba más allá del simple ejercicio de reconocimiento del individuo en medio de la sociedad. Hay también algunos ejemplos bíblicos al respecto.
“Ya no te llamarás Abram, sino que de ahora en adelante tu nombre será Abraham, porque te he confirmado como padre de una multitud de naciones” Génesis 17:5
En este relato, es el mismo Dios quien cambia el nombre del patriarca, para que en las memorias del pueblo quede claro que no será más este un padre enaltecido, sino un padre de multitudes (Biblica. NVI, Food Notes. 1999).
El mismo Jesús hace lo propio en medio del encuentro con el que sería uno de sus discípulos más cercanos.
“Luego Andrés llevó a Simón, para que conociera a Jesús. Jesús miró fijamente a Simón y le dijo: «Tu nombre es Simón hijo de Juan, pero te llamarás Cefas» (que significa «Pedro»)” Juan 1:42 NTV
La vida de este nuevo seguidor está caracterizada por su volatilidad, un hombre sentimental, reaccionario, atrevido, impertinente y vulgar que estaba recibiendo directamente de Jesús palabras de afirmación a través de su nombre, el cual, curiosamente también recibió con el pasar del tiempo, una connotación mística.
El (los) nombre(s) del mismo Dios no fue exento a esto. Cada vez que Dios manifestaba alguna de sus características, era nombrado por los bendecidos a través de dicha característica. Ejemplos hay varios, uno de ellos cuando la Divinidad provee de cordero a Abraham para el holocausto y de este modo evita que el patriarca sacrifique a su propio hijo.
“13 Entonces alzó Abraham sus ojos y miró, y he aquí a sus espaldas un carnero trabado en un zarzal por sus cuernos; y fue Abraham y tomó el carnero, y lo ofreció en holocausto en lugar de su hijo
14 Y llamó Abraham el nombre de aquel lugar, Jehová proveerá[a]. Por tanto se dice hoy: En el monte de Jehová será provisto”. Génesis 22:13-14 (RV1960)
Así mismo ocurre con diversos nombres de Dios, como Shaddai, Olam, Eyón, Elohe, Elohim, Emmanuel, Mekaddesh, Nissi, Rafa, Rohi, Sabaot, Shalom, etc.
En este contexto, Dios se hace humano y se le reconoce con el nombre de Jesús, el cual significa Dios salva, o Dios es mi salvación. Mucho se ha escrito y se cree sobre qué quiere decir exactamente que Dios nos salve y se ha formulado muchas veces la pregunta, ¿De qué nos salvó Dios?
Así las cosas, se hace necesario entonces entender que para poder conocer la identidad de Jesús reflejada en su nombre, es menester conocerle a él. Pues como ya lo he mencionado, el nombre revela a la persona, sus acciones, pensamientos, reacciones, modos de actuar frente a diferentes situaciones.
Si queremos conocerle, inevitablemente debemos dirigirnos a los evangelios, los cuales nos dan un testimonio de su paso por la tierra y nos darán la guía para poder formularle las preguntas correctas al texto bíblico.
Entonces hacer cosas en el nombre de Jesús, no se reduce a pronunciar una frase en medio de cada oración o acto de culto que realicemos. Significa más bien conocerle y actuar como él lo haría, como él lo hizo. Significa pensar más bien sus pensamientos y vivir de acuerdo a sus palabras y recomendaciones de cómo hacerlo.
Tener vida en el nombre de Jesús significa vivir su vida y dar la vida que él enseñó; orar en el nombre de Jesús significa empoderar dicha oración con la vida que hemos recibido de él y que vivimos el día a día. Hablar en el nombre de Jesús requiere tener sus palabras en su boca, mientras hacemos lo que él hizo, nada más y nada menos.
El nombre de Jesús no es un talismán y pronunciar la frase “en el nombre de Jesús” no va a actuar milagrosamente sólo por el hecho de hacerlo; sino que esta nos invita a nosotros ser el milagro andante, amar a quienes no merecen amor, tocar a los indeseados, abrazar al necesitado, ser pan y vino para el hambriento.
Esa es la razón por la que no recibimos lo que pedimos, pues no lo hacemos en su nombre. Queremos para nosotros mismos, pero aquello que pedimos no está en consonancia con su carácter, el uso que él le daría a aquello que tanto anhelamos, sino que pedimos por nuestro propio bien, obedeciendo a nuestros intereses egoístas, a la maldad de nuestro corazón.
De nada nos sirve pronunciar la frase “en el nombre de Jesús”, cuando nosotros en realidad no vivimos ni actuamos en el nombre de Jesús. Él mismo lo advierte en el evangelio:
“No todo el que me dice: Señor, Señor, entrará en el reino de los cielos, sino el que hace la voluntad de mi Padre que está en los cielos.
Muchos me dirán en aquel día: Señor, Señor, ¿no profetizamos en tu nombre, y en tu nombre echamos fuera demonios, y en tu nombre hicimos muchos milagros? Y entonces les declararé: Nunca os conocí; apartaos de mí, hacedores de maldad”. Mateo 7:21-23
Con aprecio,
Pr. David Gaitan